miércoles, noviembre 01, 2006

Diarios de Freaklandia. Capítulo 6


Algunos a lo mejor todavía recordáis la primera entrega de los Diarios, allá por el mes de agosto, en la cual una ventana se abría mágicamente a un mundo verde lleno de luz. Pues bien, éste es el aspecto que presentaba la misma ventana esta mañana, tan sólo diez semanas después de aquella foto.
Señoras y señores, les presento a Finlandia. Llegó el frío (-5ºC esta tarde) acompañado de la tierna nieve. Tenía prisa, no lo esperaban hasta diciembre, pero aquí está. El sábado apareció la primera capa de escarcha y un fino velo de aguanieve que se derretía con el aliento de una mariposa, pero ahora podemos disfrutar de un manto de unos 20 cm de grosor. Bueno, lo de disfrutar es relativo. Junto a mi primera nevada auténtica viví también mi primera verdadera pesadilla blanca.
Todo empezó ayer a las 19'30. Era ya noche cerrada cuando nos plantamos en la parada de autobús ansiosas por llegar a casa pronto. Los finísimos copos de nieve revoloteaban al ritmo del viento que se llevaba nuestras capuchas sin parar. Supuestamente, el bus pasaba a y 31.
Pues no. El vehiculo no se presentó nunca y tuvimos que esperar media hora al siguiente. Los graciosos copos que danzaban pasaron a convertirse en puta nieve de mierda que tocaba los huevos empujada por el viento de los cojones. El típico frío finlandés que tanta gracia nos hacía se volvió la encarnación del mismo infierno, y el bus que llegó como si estuviese arrastrado por un mulo tuberculoso. Nos subimos con un rictus de oreja a oreja (llamar sonrisa a esa mueca es como llamar sexy a Aznar), alegremente confiadas en que nos dejaría en nuestra querida parada de Lukonmäki. Así había sido siempre, y así debía ser.
No. Una parada antes, se desvió, se fue a tomar por culo de donde vivíamos nosotras y una voz anunció en finlandés que la carretera estaba cortada y que si íbamos a Lukonmäki nos apeáramos ahí mismo y a correr. Jajaja, qué gracia, no me había reído tanto desde que vi el tráiler de Titanic 2. Tirados en el claro de un bosque nevado, de noche, sin saber dónde estábamos y con un viento que ya no se conformaba con las capuchas y quería llevarse también nuestras orejas. Superada la angustia inicial, echamos a andar hasta que encontramos casas (sí, ya, sólo fueron cuatro minutos, pero me gustaría veros a vosotros en la situación, a ver cómo de cortos se os hacían). Por suerte, en el grupo iba un chico finlandés que pudo preguntar a una mujer cómo llegar a nuestras cuevas. El momento de ver mi casita sólo podría ser superado por Tuomas en tanga bailando el Paquito Chocolatero mientras la Pantoja de Puerto Rico le hace los coros. Me abalancé sobre la puerta... para comprobar con horror que mis dedos no respondían. Dios, creí que me moría. Menos mal que mi compañera me abrió desde adentro, ¡que si no yo hubiera acabado peor que Jack Nicholson en El Resplandor!
En fin, a pesar de que esta mañana tuve que volver a esperar media hora con los pies semienterrados en ese frío gel de agua, a pesar de los incontables resbalones en el hielo (¡me viá kedá zin dienteh!), a pesar de los pesares, algo tiene el talvi ("invierno" en finés) que me engancha. Y es que cuando nieva y los minúsculos copos, polvo de hadas o ralladura de sueños, aún no lo sé, cuando nieva y las partículas de frío rozan mis labios siento que el Señor del Invierno me besa, me ama, me invita.
Y yo acepto.

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
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2 comentarios:

Tristana's leg dijo...

En el otro extremo respecto al maravilloso frío que vosotros amáis está el asesino silencioso de Barcelona, que ataca inclemente a estas alturas de la película (chaaachachaaa -música inquietante-).
Todo empieza cuando te sientes romántico-bucólica y pretendes convencerte a ti misma de que la hierba del IMAX es algo así como el jardincillo de la casa de la pradera, ya sabes: fresco, tranquilo e ideal de la muerte -nunca mejor dicho-.
Total, que te tumbas tan inocentemente a las dos y media de la tarde y te quedas torrá, como me pasó a mí. Mu normal en el país de las siestorras, aunque no sea tan habitual hacerlo en presencia de gente de otras nacionalidades, que pueden hacer extensiva la regla del tumbing a todos los españoles, y claro, luego tenemos la fama de vagos que tenemos.
Si son las cuatro de la tarde y sigues torrá, como también me pasó a mí (qué pasa, últimamente tengo algo de insomnio por las noches y recupero durante el día, con la consiguiente evolución friki que han empezado a sufrir mis guiones, inspirados en muchos de los sueños de esas siestas inesperadas), empiezas a notar una cálida (y digo cálida entoavía, ojo, no mortal ni achicharrante ni bullente) sensación en todo tu cuerpo.
Imaginas que Mitch, de "Los vigilantes de la playa", viene a rescatarte del achicharre de las playas de California, y aguantas con estoicidad y -incluso- con deseo (cambiad lo de deseo si ofende a vuestra sensibilidad). Pero si a las cuatro y media sigues inconsciente y/o soñando con cantantes de hardrock y demás sin poderte levantar y con un cerquillo de sudor que ni Camacho, tranquilidad: no es que una sobredosis de capítulos de "Cálico Electrónico" vistas a deshoras haya acabado con tus neuronas.
Es el asesino de Barcelona. El más jodío, asqueroso, malvado y omnipresente: nuestro solano raro de invierno. Y ahora es más chungo porque te confías diciendo: "na, si estamos en noviembre, qué peligro hay, es "invierno" (léase veranazo ultramaximegatrón de San Martín). Me tumbaré al sol sin gorra, en manga larga, y si me sobo, pues nada, a descansar. ¿Qué peligro hay? La castañera lleva toda la mañana al lado de la estufa y todavía no ha muerto". Todavía.

Anónimo dijo...

¿Que no ves que es una broma de Halloween por parte del autobusero? :P ¡Eso es por no darle caramelos! :P
Un besote,
Mun, the Doll