lunes, enero 29, 2007

Un poquito de por favor


Ayer por la mañana leía en "EPS" un reportaje sobre el ruido y vinieron a mi mente los años pasados en el Penyafort (para quien no sepa de qué hablo, es la residencia en la que viví casi tres años). Uno de los factores que me hicieron abandonar mi acogedora habitación fue precisamente ese, el ruido. En un edificio en que todos éramos estudiantes y debía reinar la informalidad, más de una se empeñaba en usar tacones. El resonar de los mismos en los largos pasillos hubiera podido sacar de quicio a un sordo. En la biblioteca pasaba a ser una provocación: por favor, es un lugar de estudio y concentración, si queréis que los chicos levanten la vista para fijarse en vuestros respingones traseros, meneadlos en algún lugar público, o acariciad a los mancebos en una oreja para distraerlos de sus ecuaciones sin molestar al resto.

Otra cosa que me enfermaba eran los portazos. A cualquiera se le puede escapar una puerta, pero abundaban las bestias que las cerraban con un impulso capaz de generar un tsunami en la otra punta del planeta cada vez que entraban o salían de su cuarto. Aaaargh... pupaaaa.

Había tambien loros que tenían por costumbre charlar a gritos apoyadas en los umbrales de sus respectivas puertas, situadas a no más de diez metros entre sí. ¿Tanto costaba recorrer tan extenuadora distancia?

Finalmente, estaba el espacio de tortura por excelencia. El comedor. Obviando el embriagador aroma a frito y las exquisiteces ofrecidas en el buffet diario, estaba el alboroto. Las conversaciones en las pequeñas mesas redondas de cuatro plazas se desarrollaban a una intensidad sonora digna de una mercadera ofreciendo pescado. Por si no bastaba, el personal del susodicho espacio se esforzaba por hacer el mayor ruido posible al apilar los platos o meterlos en la máquina que los limpiaba.

En Finlandia son pocas las ocasiones en que mis oídos son maltratados. Pero no voy a poner este tranquilo país como ejemplo, me iré a otro lugar más alegre. Chile. Recuerdo la impresión que nos causó a mi madre y a mí (¡y eso que ella misma es chilena!) entrar en un restaurante en hora punta y que hubiera un silencio aparente. En realidad, animadas charlas estaban teniendo lugar en todas las mesas, incluída una grande repleta de hombres jóvenes. Simplemente, se habían limitado a sustituir los gritos por un tono de voz lo suficientemente alto para que lo oyeran los interesados, sin molestar a nadie más.

Escribo esto para invitar a reflexionar sobre el tema. A mí el ruido innecesario me resulta extremadamente irritante. A otras compañeras directamente les impedía dormir y al día siguiente no rendían bien, amén de la mala leche que conlleva el sueño acumulado. Diversos estudios corroboran lo que yo había constatado a ojímetro. A lo mejor nunca os habéis parado a pensar sobre esto, a lo mejor creéis que es cosa de maniáticos. Os aseguro que no. Si por atolondramiento solíais hacer alguna de las cosas que he mencionado, os ruego que a partir de ahora os fijéis un poco más. Por mi parte, trato de hablar o poner la música a un volumen suficiente como para que lo oiga el que lo desee, y nadie más; cerrar la puerta con cuidado; abstenerme de hacer percusión con platos y cubiertos y limitarme a taconear en lugares públicos no destinados al estudio. Como véis, nada que reste alegría a mi vida ;-)

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lunes, enero 22, 2007

Ilmatar II

Lo prometido es deuda, aquí está la segunda parte de "Ilmatar", entrada publicada allá por noviembre del pasado año :-P
Nos habíamos quedado en que la bruja Louhi (que no Lola) sólo iba a aceptar al sabio Väinämöinen como marido de su hermosa hija si éste forjaba un Sampo para ella. Al verse incapaz, el hombre trasladó el encargo al hábil Ilmarinen, que aceptó a cambio de la promesa de casarse él con la doncella. El herrero preparó concienzudamente forja y crisol para elaborar su obra más maravillosa. Tras una serie de intentos fallidos, el Sampo estuvo terminado. Los grandes mofletes de Ilmarinen (digo yo que sería mofletudo como todos los finlandeses xD) se redondearon aún más cuando con una enorme sonrisa se dirigió a Pohjola (para quien no se acuerde, las tierras del norte donde residían Louhi y su hija) para hacer entrega del objeto y recoger su premio. Mas ¡oh pringado! las mujeres se limitaron a arrebatarle el Sampo y obligarlo a irse por donde había venido.
La bruja escondió el tesoro bajo las aguas. A partir de este punto, surgieron historias de héroes diversos que emprendieron aventuras en su búsqueda. Otros intentaron casarse con la todavía soltera doncella de Pohjola. Uno de los más célebres fue el marinero Lemminkäinen, a quién Louhi impuso el deber de cazar al cisne negro del río Tuonela. Tuonela es el reino de los muertos, de manera que puede ser comparado a la laguna Estigia de la mitología griega (para que os hagáis una idea). El caso es que el valeroso Lemminkäinen se ahogó en dicho río. Su pobre madre puso el grito en el cielo cuando se enteró de tan trágico desenlace y, poco decidida a resignarse, recurrió a un gran número de ungüentos y hechizos con los que devolverle la vida. No dejo de pensar aquí en la matrona Malice Do'Urden y su zin-carla, si alguien es fan de Salvatore ya sabrá de qué hablo.
El famoso compositor finlandés Jean Sibelius (1865-1957) dedicó una obra a este personaje (a Lemminkäinen, no a Malice XD), cuyo movimiento más famoso es precisamente El cisne de Tuonela.
Os dejo una fotito que saqué en Laponia en los primeros días de otoño. Si Pohjola es la tierra del norte, poco me cuesta imaginar a la suegra más dura de Finlandia en esos parajes.

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miércoles, enero 17, 2007

domingo, enero 14, 2007

Diarios de Freaklandia. Capítulo 9

La primera vez que llegué a Finlandia era verano. Ya desde el avión miraba el contorno de la costa y los puntos de luz que identifiqué como barquitos mientras pensaba cuántos de los sueños que cargaba en mi mochila podrían realizarse en aquella tierra prometida. En la escala en Copenhague habíamos conocido a una chica chilena en cuyos ojos brillaba también la ilusión. Aterrizamos en el aeropuerto de Vantaa (Helsinki) cerca de la una de la madrugada, recogimos nuestro equipaje y salimos al exterior, en donde una suave brisa fresca y una tenue luz que se negaba a irse del todo nos alentaron a seguir soñando. El viaje desde Helsinki a Tampere duraba dos horas y media. Cualquier persona se habría arrellanado en su asiento para dormir, pero yo no podía. La noche se marchaba con gran delicadeza de manera que, a medida que el bus avanzaba, el país de los mil lagos procedía a revelar lentamente sus secretos.
Ya brillaba el sol cuando pude tenderme sobre mi nueva cama. Aún no tenía sábanas, pero estaba agotada, y el dibujo a cuadros de la tela del colchón se me antojó sumamente acogedor. Sin embargo, no logré dormir más de una hora. La emoción de encontrarme allí, el maravilloso día que hacía fuera y una más prosaica sensación de vacío estomacal me impelieron a salir de la cama en busca de algo que comer. A pesar de que me habían enseñado el camino hasta el colmado de la esquina, poco recordaba de las indicaciones dada mi falta de sueño. Por eso me sentí importante cuando llegué a tan ansiada meta. Fue divertida la primera compra en finlandés, sin conocerme de memoria los envases como ahora y, por consiguiente, tratando de descifrar cuál sería su contenido. Tras haber comido algo, volví a echarme bocabajo sobre la cama con una amplia sonrisa.
Curiosamente, a principios de semana vine con la misma combinación de vuelos que la otra vez. La diferencia es que en esta ocasión viajaba sola, Finlandia no era una vaga ilusión sino algo tangible y los sueños habían sido sustituidos por asignaturas pendientes. A pesar de todo, algo de la antigua emoción renació al volver a ver los barquitos y el aeropuerto dormido. Conocí a una chica catalana que también se reincorporaba a las clases, un aire fresco, pero no frío, me recibió al salir al exterior y me dio confianza ver que la historia se repetía. Mis primeros meses en Finlandia habían sido maravillosos y sólo al final las cosas se habían estropeado un poco por motivos no del todo vinculados al lugar en que me encuentro.
La primera vez me llamó la atención el excelente clima que había en verano. Ahora hace frío y está nevando, pero unos días atrás todo estaba inusualmente cálido para la época. Saqué esta foto del parquecillo de frente a mi cuarto: los árboles hechos armazones sin carne, la hierba mustia, mas la luz estaba de vuelta por un momento para decirme que no me había olvidado.

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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
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martes, enero 09, 2007

¿Quién sigue a Roadmaster?

Amigos míos, ha llegado la hora de la verdad. Si os gusta Wandering Myth y estáis inscritos en el concurso de blogs del diario 20minutos, ya estáis tardando en votarlo ;-) Para poner las cosas fáciles, en la columna de la derecha, justo bajo el perfil de una servidora, hay un enorme botón que linka directamente a la página del concurso. Una vez dentro, dirigíos a la sección de blogs expatriados. Mi humilde rinconcito aparece al clicar en la W, una vez lo hayáis encontrado sólo tenéis que pulsar el botón de votación y seguir las instrucciones.
Si no os gusta Wandering o no estáis inscritos... pues nada XD
Os dejo esta relajante fotografía a modo de compensación por publicar una entrada tan prosaica y materialista. Fue tomada desde la terraza de mi casa de Mallorca durante un amanecer de la semana pasada. De todos modos, ya he vuelto a Finlandia y próximamente verán la luz los temas habituales: la segunda parte de la historia de Ilmatar, más información sobre mitología nórdico-germana, una nueva entrega de los Diarios y... una sorpresa friki aún en preparación. Ya sabéis que otras sugerencias también son siempre bienvenidas.
¡Nos vemos!

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